miércoles, 27 de mayo de 2009

FILTRACIONES IDEOLÓGICAS EN TORNO AL DEBATE SOBRE LAS ABLACIONES GENITALES FEMENINAS

Este artículo es una respuesta al elaborado por Alizia Stürtze(1) acerca de las mutilaciones genitales femeninas. En dicho artículo, la autora reclama la conciencia que ha de tenerse respecto a que, dichas prácticas, obedecen a una concepción de mundo, criticando a nuestra cultura su incapacidad por entender los fundamentos sobre los que se basan dichas prácticas, dado que los criterios de enfoque son asumidos como verdades absolutas. En este hilo argumental, acusa a nuestra cultura de una falta de sensibilidad y de unas orejeras que le impiden observar que, aquello que de forma genérica nuestra cultura entiende como mutilación, en realidad es un variado tipo de prácticas con sentidos y fundamentos distintos, que no pueden englobarse de una misma manera.
Comparto plenamente el que debe abordarse el problema de las ablaciones entendiendo que existen muchos modos de estructurar la realidad, y que nuestra perspectiva no es más objetiva que los presupuestos de los que parten otras culturas. Comparto, con reticencias respecto a la línea argumental seguida por la articulista, que nuestra cultura no se ha planteado la diversidad de tipos de ablación, englobándolas todas bajo un mismo criterio (pero no comparto que, detrás de ello, exista una intención perversa, sino un modelo cultural que estructura la realidad de un modo distinto). Comparto, también, que la condición inexcusable para poder enfocar este problema pasa por entender que la otra cultura parte de otros axiomas.
Si embargo, no estoy de acuerdo con el modo cómo se ha abordado este problema en el artículo.

No se puede descalificar una posición cultural, fundamentando que, ésta, no es consecuencia de unos fundamentos coherentes con la realidad. Porque, en ese caso, ninguna posición cultural ha de resultar válida, cuanto que, en efecto, toda posición se fundamenta sobre interpretaciones, subjetividad, mitificación, constructos ideáticos acerca de la realidad.
Es la condición esencial de toda cultura, de toda percepción humana. Y hasta el mismo intento de la ciencia y la epistemología, como esfuerzo de superar esta condición insoslayable, no escapa, al final, de ser un constructo que obedece a un interés funcional, desde una perspectiva particular y subjetiva de la realidad.

Cuando se llega a la conciencia de que esto es así, descalificar una posición cultural, atacando sus fundamentos como subjetividades relativas, para restar fuerza de credibilidad sobre los mismos, es una absoluta deshonestidad, dado que, la posición desde la que esto se hace, responde, también, a una entelequia tan subjetiva y relativa como la descalificada. Y esto lo debe saber quien esgrime tales argumentos.
Una cosa es mostrar a otro que su punto de vista es relativo, y que obedece a muchos condicionamientos (desde la propia condición egocéntrica humana, hasta todas las condiciones que supone un modelo cultural, un contexto social, y una dinámica social, cultural, política, económica, en fin, una historia), para posibilitar que esa persona pueda hacer una revisión crítica de sus propios mitos (proceso de liberación acerca de las creencias. Aportación a la construcción de su libertad), y posibilitar en él, o en ella, una actitud de mayor comprensión y empatía respecto de los demás puntos de vista, y otra cosa es utilizar los principios del relativismo como subterfugio para imponer los propios criterios, como si estos fuesen, no se sabe por qué arte de trascendencia mágica, los fundamentos verdaderos.

Cuando se esgrime el relativismo cultural, uno debe aplicar sus principios en ambas posiciones: la analizada, y aquella desde la que se está analizando, porque ambos puntos de vista son igualmente relativos.
Lo demás, es entrar a trapo en la misma confrontación de valores. En el mismo conflicto que se produce al enfrentarse dos universos valóricos que se asumen como verdades absolutas. Y por tanto, estaríamos argumentando desde los valores, asumiendo sus fundamentos como fundamentos absolutos, universales; en fin, como los verdaderos. En cuyo caso, nuestro análisis no tendría más valor, ni más legitimidad que el que pudiera hacer cualquiera de las partes implicadas.
Si la pretensión del análisis es ser antropológico, no tomar en cuenta todo esto constituye un error epistemológico gravísimo.

Y esta es la tesitura del artículo de Alizia Stürtze. (http://www.lahaine.org/sturtze/acerca_femenina.htm titulado "Acerca de la mutilación genital femenina") que, incluso, no tiene reparo alguno en transmitir toda la carga emocional que se deriva de unos valores asumidos como verdades absolutas. La carga emocional del que se cree poseedor de la verdad, empleando un lenguaje correspondiente a esa carga emocional: la prepotencia y agresividad de quien está en la verdad de Dios contra los pecadores, errados en su doctrina por su perversión moral.

Hay una implicación emocional no controlada y aunque, en la propia pretendida objetividad de la ciencia, no es posible inhibir la carga valórica (condicionada a la funcionalidad de un modelo cultural que constituye un relativo), cuando lo que se pretende es restituir la justicia (por cierto, otro valor nada objetivo), no se puede dar rienda suelta a las pasiones propias (ya que, aún frenándolas con toda la epistemología posible, se filtrarán inevitablemente en nuestro discurso).
Menos habrá de darse rienda suelta a las pasiones cuando, lo que se pretende, es una razón más objetiva, que sirva de antídoto de las pasiones que dominan las observaciones que se hacen desde nuestro modelo cultural, y que generan conflictos como el que nos ocupa (precisamente, esa mayor objetividad, que trata de inhibir las pasiones, es la pretensión del discurso científico, cuando realmente intenta serlo. Sabiendo, de antemano, que solo es una pretensión y no un objetivo plenamente alcanzable).

Si de lo que se trata es, simplemente, de una pataleta ideológico-política, sin ninguna otra aspiración más que la confrontación de valores, el discurso es peligroso para quien lo emite, dado que, el uso de las estrategias de relativizar a unos, es espada de doble filo: puede aplicarse a su propio discurso.

Pero creo (o me parece entender, dada la existencia de ciertas reflexiones de índole antropológica), que el artículo pretende más. Y si es así, hay que objetarle el descontrol valórico, o lo que es lo mismo, su falta de controles epistemológicos.

El artículo comienza con un juicio de valor acerca de la actitud de nuestra sociedad: "Desde nuestra superioridad moral...". No. Ya aquí nos encontramos con un error pasional que distorsiona la observación. No es desde "nuestra superioridad moral". Un tratamiento con menos intención descalificativa y más intención comprensiva del problema, debería entender que no es desde una prepotente y perversa superioridad moral desde donde se enfoca y desenfoca el problema. Es desde la legitimidad que otorga el hecho de haberse asumido unos determinados valores morales, porque, si son efectivamente asumidos, son creídos como fundamentos universales. En toda cultura hay una moral, y desde toda moral se legitima la propia posición como absoluta y verdadera. Yo preguntaría a la articulista ¿Desde su moral, es que acaso no asume como legítima su propia posición, y desde ella, por ello mismo, ataca sin piedad a nuestra cultura?

La frase continúa: "...sin ni tan siquiera molestarnos en distinguir los distintos tipos de mutilaciones..." Otra manifestación valórica sin control epistemológico, porque, no es una cuestión de molestarnos o no en hacer la distinción (la frase implica una especie de voluntaria negligencia, pues solo así se puede, entonces, criticarla moralmente). Es que, como consecuencia de un modelo de valores, la mutilación en sí constituye un problema. De modo que, todas las formas de mutilación vienen reducidas al problema primero y central (ya es un problema, con tintes de tragedia, la amputación de un miembro del cuerpo por razones médicas ¡Cuánta más resistencia hacia mutilaciones fuera de una razón asimilable en nuestra cultura, como es la razón médica!).
No hay, pues, una capacidad de distinguir tipos de ablación, que dependa su aplicabilidad, de molestarse o no molestarse en hacerlo. Estamos hablando de unos patrones culturales, que condicionan el modo de percibir la realidad, por lo que no cabe aquí hablar de una voluntad moral que, por lo tanto, pueda ser descalificada moralmente.

Continúa el artículo, diciendo que, desde esa superioridad moral, condenamos "con total furor" el "salvajismo que conlleva" (que conllevan esas prácticas, se entiende).
Si se asume una moral (y se asume porque es sentida como ordenamiento verdadero), habría que decir que a nuestra cultura no le pasa nada extraordinario, ni nada malévolo. Los enfoques, análisis, posicionamientos y reacciones respecto a este fenómeno, son la consecuencia lógica de lo que ocurre cuando, teniendo algo por verdadero, se enfrenta a algo falso. En términos morales, lo falso siempre es sentido como repugnante. Y la prueba de lo que digo, es el propio lenguaje del texto que, asumiendo los valores con que ataca la posición de nuestra cultura, la ataca "con total furor".

Continúa diciendo: "En Francia, país xenófobo donde los haya..." ¿Cómo puede calificarse y descalificarse a una comunidad entera, desde una categoría tan abstracta (Francia), que no puede definir la heterogeneidad sociocultural que se delimita en ese espacio?
Es difícil comprender esta frase, al menos que entendamos que la autora asume la idea de la existencia de razas y pueblos cuya condición genética les impulsa a actitudes xenófobas, construyendo modelos culturales en consecuencia. La autora asume, pues, la existencia de una naturaleza francesa. Por eso, efectivamente, a la autora no le vale "la molestia" de hacer distinciones entre la comunidad de franceses.
Podría haber dicho, por ejemplo: "En el espacio social de lo que se entiende convencionalmente por Francia, sectores sociales políticamente dominantes...muestran una actitud xenófoba ", porque, precisamente, decir "...en Francia, país xenófobo donde los haya", es poner en el mismo saco a toda la comunidad. Y ello va más en consonancia con la actitud xenófoba que quiere criticarse (amén que, gran parte de los principios sobre los que se asienta la ética de los derechos de los demás, se concreta históricamente a partir de la revolución francesa, en ese espacio que el artículo define xenófobo donde los haya).

El artículo expone, entre otras líneas argumentales con las que quiere revelar la voluntad perversa de Occidente, la imposición de la moral occidental en el África colonial. Y una vez más yerra en su enfoque. Los hechos que cita son ciertos. No lo es la interpretación que da a los mismos.
No hay una intención perversa en la acción de globalizarse la moral occidental. Hay una percepción etnocéntrica de la realidad, a la que corresponde una moral etnocéntrica (y en toda cultura, como universo de valores asumidos, la percepción es etnocéntrica, salvo cuando hay un esfuerzo epistemológico que, por cierto, es el que se pretende en la producción filosófica y científica occidental, como es en el caso muy particular de la antropología, que no olvidemos, es producto de nuestra cultura y emerge como uno de los más efectivos esfuerzos de empatía para con los "otros").

En las anotaciones que aporta nuestra articulista acerca de la injerencia cultural de Occidente sobre África, no falta el apunte que relaciona dicha actuación con las intenciones malévolas de una economía calculada.
Pensar esta ingerencia como producto de un cálculo malévolo, perverso, de unos intereses económicos de carácter capitalista-imperialista, orientados por el egoísmo y la maldad, no deja de ser una visión infantíl, ingenua y simplista de los hechos. Es no tener claro que, a un modo de entender el mundo, corresponde un modo de ordenarlo en lo social, en lo político, en lo económico. Niveles que interaccionan construyéndose una lógica coherente entre todos ellos.

No vamos a cansarnos enumerando todas y cada una de las frases que, con ese tono y talante de reproche visceral, el artículo va vertiendo, no para comprender los fundamentos de una y otra cultura. Parece que para Alizia Stürtze nuestra cultura no merece el trato que le otorga a las otras. No merece ser igualmente comprendida. Aquí, simplemente, se trata de demonizarla.

Pero es el caso que, si queremos que nuestra actitud supere nuestros mitos, debemos comprender, primero, que estos no son hijos de una voluntad perversa, calculadoramente interesada. Comprender, también, que este lenguaje de ataque y de reproche, suscitará la misma respuesta, la misma resistencia moral, que se suscita en aquellos miembros de otras culturas, cuando ven y sienten atacados y demonizados sus fundamentos.

El camino seguido por este artículo no aporta, pues, la necesaria serenidad de criterios para acercarnos a las otras culturas. Al zaherir a la nuestra, lo que hace es aportar más tensión al conflicto que se quiere evitar y resolver.
La comprensión del otro parte de comprendernos a nosotros mismos. Y la comprensión surge de una reflexión serena, no del ataque visceral y la agresividad. La letra no entra con sangre, y ello es lo primero que debería saber un anarquista. Los chicos buenos y los chicos malos resulta una visión muy maniquea e infantil de los problemas que se suscitan entre los seres humanos.

El párrafo menos apasionado es el que, por fin, aludiendo a un ejemplo para comprender al otro, recurre, desechando toda intención perversa en nosotros (y por tanto asumiendo que existe un comportamiento basado en una concepción de mundo creíble para nosotros), recurre, repito, a lo que nos pasa desde nuestros valores: "Es como si, sin conocer la importancia que en nuestra cultura actual se concede al cuerpo, las mujeres africanas cuestionaran nuestro derecho a ..."
Esa es, precisamente, la línea que debería haberse seguido desde el principio. Insistir que, lo que hace el otro, lo mismo que lo que hacemos nosotros, lo hace, lo hacemos, bajo unos fundamentos que gozan de credibilidad ante nosotros mismos, o en su caso, ante ellos mismos. Ellos lo hacen bajo unos fundamentos que gozan de la misma credibilidad que los fundamentos que nosotros asumimos como creíbles.
Por tanto, debemos intentar un esfuerzo empático para poder entenderlos. Este es el requisito fundamental y primero para enfocar el problema que se plantea entre dos culturas que se rozan. A partir de ahí, queda mucho camino, porque, comprender no significa que, desde nuestro sentir, desde nuestros valores, las prácticas de la ablación no nos dejen de resultar repugnantes.
Ahora es cuando comienza el segundo gran problema ¿Comprender para, desde el conocimiento de la lógica de otra cultura, incidir en ella de manera menos traumática? o ¿Comprender para aceptar, aún resultándonos repugnante esas prácticas? La primera pregunta podría insistir en una visión etnocéntrica. La segunda constituye un conflicto moral porque ¿quién hay que, testigo presencial de un acto que, aunque comprensible, nos repugna, no sienta la necesidad de reaccionar de algún modo? No estoy dando respuestas. Simplemente expongo el problema.


(1) Alizia Stürtze es Licenciada en Historia de España y América por la Universidad de Deusto , en Inglés por la Universidad de Talence (Burdeos) y se ha especializada en Historia de Euskal Herria, específicamente en las minorías y el los problemas de exclusión de las mismas.

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