viernes, 22 de mayo de 2009

Aborto….Reflexiones (2ª parte)

Decíamos que la “duda” debe ser un imperativo categórico, implicado en todo fundamento y en todo proceso cognitivo y, desde luego, en toda decisión que afecte al “otro”.

La duda. Y cuando la duda se instala en problemas de los que depende decidir sobre la vida o la muerte de sujetos vivos, parece razonable y desde luego del todo prudente y ético, no acometer actos irreversibles.
Por este solo motivo es reprobable la pena de muerte y por este mismo motivo, cualquier decisión abocada a cegar la vida. Puesto que, una vez ejecutado el ser, ya no podrá haber enmienda.

Si agregamos a esta razonable incertidumbre, la certidumbre acerca de la naturaleza humana del feto (porque no es pero, ni reptil), todo ello nos debe conducir a una duda tan razonable, que nos impida posiciones dogmáticas, conducentes a posiciones que puedan suponer actos irreversibles e irreparables. Esa duda, esa incertidumbre, esa prudencia debe ser un imperativo moral incontestable. Y desde esa duda no es posible decisiones conducentes a cegar la vida y anteponer cualquier otro derecho al más elemental y primero que fundamenta la ética humana: el de la vida.

Creo que serán muy pocos los que no estén de acuerdo en que el aborto significa un fracaso de todas las medidas de prevención y educación. Que el aborto es un fracaso de todas las medidas de asistencia social. Pero, sobre todo, el aborto (y en esto serán ya menos los que estarán de acuerdo) es un fracaso moral como consecuencia de primar valores devinientes de una egocéntricidad acrítica y, por consiguiente, es una de las tantas consecuencias del fracaso del inexcusable intento del ser humano de trascender con un sentido empático, es decir, hacia lo que le hace superarse precisamente de masa orgánica, pulsada por las urgencias y los deseos egocéntricos, para alcanzar la condición de lo humano.

Y no es gratuito que emplee el término “masa orgánica, pulsada por las urgencias y los deseos egocéntricos”, en vez del término “animal”. Los animales no abortan, vaya por delante. Cuando el ser humano no se construye como tal, trascendiendo a las urgencias y deseos primarios, no es un animal. No se torna ni retorna a la animalidad. Y si no es un ser humano, ni es animal, solo cabe la monstruosidad.

Lo que propongo supone una mirada honesta al interior de nuestras conciencias, con un sentido crítico y autocrítico de nuestras motivaciones y fundamentos. Someter toda nuestra postura a un análisis epistemológico, para descubrir las motivaciones que nos mueven a tomar las decisiones y las posturas que nos ocupan. Con conciencia de nuestra sustancial tendencia egocéntrica.

Debemos revisar los fundamentos y motivaciones de nuestra idea de la realidad, que no puede basarse en convenios colectivos que parten de supuestos totalmente acríticos, dominados por los intereses más parciales. Por imposiciones de una voluntad hegemónica, cuya única fuerza para sus fundamentos es su capacidad de imponerse por la fuerza o la manipulación, el recurso al sofisma, a las triquiñuelas y juegos procesales, a alianzas antitéticas entre grupos de poder que chalanean.

Mi posición respecto al aborto es la misma que tengo en relación a la pena de muerte y al suicidio (no así la eutanasia ante la muerte inevitable por enfermedad Terminal). Un día alguien me preguntó ¿por qué consideraba punible el suicidio? Respondí: Porque la ley debe defender, por principio, la vida y nunca aceptar su fracaso. Otra cosa es, establecido este principio, que seamos capaces de entender la angustia, el dolor, el miedo, la desesperación que sufre quien llega hasta este límite, y lo indultemos. Pero no podemos legitimar su consecuencia irreversible. Antes bien, debemos ofrecer los recursos necesarios para evitar que la gente caiga en el marasmo autodestructivo.
No solo se trata de recursos técnicos y materiales. La felicidad, la autoestima, el amor, la responsabilidad, devienen de una sólida formación y de una sociedad cuyo Paradigma esté orientado hacia esos bienes.

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