jueves, 21 de febrero de 2013

El debate que se merece la ciudadanía.


Antes que se desarrolle (o a estas alturas, que termine) el debate sobre el estado de la Nación, queremos reflexionar acerca de qué debería plantearse ante las graves circunstancias por las que atraviesa nuestro país. Casi siete millones de parados, mercado en franca recesión, recorte en los servicios públicos y sociales, un déficit que se paga a alto precio, una elevada prima de riesgo y claras dificultades de financiación para lo más importante, la inversión en una estructura económica productiva, capaz de generar empleo en la magnitud de la población cesante y en condiciones dignas, que supone de no explotación.

El debate sobre el estado de la Nación debería centrase en dos cuestiones fundamentales: Balance de las medidas efectivas que durante este año de gobierno se han tomado y propuestas eficaces para construir una solución estructural que permita inversión, tejido productivo real y consecuentemente empleo.

Oposición y gobierno deberían aprovechar esta oportunidad para dejar al margen sus cuitas partidistas, intereses de grupo de poder, al fin de cuentas intereses de élites que representan, y con un gesto generoso, unos aceptar las críticas constructivas para mejorar lo mejorable y otros no hacer “oposición”, si no propuestas con altas miras y sentido de Estado.

Cuestiones como la corrupción, ilícitos como el espionaje, falta de transparencia de las instituciones del Estado, deberán ser tratadas. Sí. Porque evidentemente constituyen un agravio comparativo grave para la ciudadanía en tiempos en que ésta, no solo se estrecha económicamente a causa de la congelación de salarios, de por sí precarios, subida de impuestos y de precios, deterioro de los servicios (sanidad y educación, por citar los más hirientes), sino que sufre el paro en una escalada inimaginable y, en consecuencia, sufre la más absoluta precariedad, e incluso situaciones desesperadas como las que devienen de desahucios y carencia de lo más elemental, reduciendo la existencia a una triste y simple mal subsistencia (con casos infinitos y dolorosos, como niños enfrentados al desarraigo social, la infancia herida, carente de todo aquello que no puede ni debe faltarle a un niño bajo ningún concepto, desde unos zapatos, agua caliente, luz, calefacción, alimentación adecuada y por qué no, un simple juguete). Casos pues, como decía, de  corrupción, financiación ilícita, enriquecimiento inmoral, especialmente  los que se generan metiendo mano en el erario público, no es que deban se omitidos en este debate del estado de la Nación. Pero sería altamente inmoral que los diferentes partidos se aprovechen del dolor inmenso de la ciudadanía para sacar partido electoral con esa eterna y gastada forma de echarse las culpas los unos a los otros, ventilando los trapos sucios de cada cual y sin tomar medidas efectivas para limpiar las instituciones del Estado de toda la podredumbre que se ha acumulado al amparo de la impunidad, cuando no de la connivencia de unos y otros.

El tono con que debería ser abordado este asunto debe ser serio, radical y con total independencia de intereses de partido y caudillismo, porque es sumamente grave. Está suponiendo el descrédito de la clase política, de los partidos, de las ideologías, de las instituciones y del mismísimo sistema democrático, y consecuentemente, poniendo en riesgo la democracia y creando una atmósfera de rabia, resentimiento, ergo de tensión y agresividad y por tanto espacio propicio para la revuelta pública, el desorden social, hasta límites tan peligrosos como las revueltas sangrientas. Y en éstas, tengámoslo siempre presente, los primeros en caer, sufrir y padecer son y serán  los más inocentes (porque las cúpulas de poder se pondrán a buen recaudo), y donde se aprovecharán manipuladores de masas que, presentándose como mesiánicos salvadores, puedan tomar el poder, instaurando un régimen que finiquite de modo definitivo todos los derechos civiles y políticos de la ciudadanía (mientras, también aprovechándose de ello, los políticos, cómodamente instalados en sus dorados exilios, con aire de víctimas, vuelvan a intentar posicionarse en un nuevo régimen liberador…  La historia ya es sabida por trillada).

El tono, por tanto, con que debe ser abordado todo este problema de podredumbre institucional, debe dejar aparte el “tú más” y el “a ver si se convence a los borregos del pueblo para que voten al interesado de turno en las próximas elecciones, o generar una crisis de gobierno, que fuerce un adelantamiento de los comicios para intentar  volver a coger el poder aquellos que solo pretenden seguir medrando en él.

No. El tono debería ser, tanto en gobierno como en la oposición, cantar el mea culpa y ponerse de acurdo para limpiar del todo sus partidos y expulsar, con público escarnio, a todos y cada uno de los corruptos de cualquier partido o signo ideológico. Ponerse de acuerdo para poner en marcha medidas legales efectivas para controlar y detectar cualquier desvío hacia la corrupción. Que cada partido destape por sí mismo todas sus irregularidades, y a todos sus corruptos, caiga quien caiga. Debe entenderse que la sociedad hoy por hoy está totalmente sensibilizada y susceptible a asumir cualquier sombra de duda como un hecho cierto. Pero, aparte de que ello sea o no justo, lo que cuenta es que es una actitud social real y las consecuencias serán tan reales como ella. Por tanto, quienes, verdad o mentira, están hoy bajo sospecha, deberían hacer un ejercicio de generosidad y renunciar de inmediato a sus cargos.

En el caso específico del Presidente de gobierno, un gesto sin precedentes, pero sin duda de gran fuerza para recuperar parte importante de la confianza ciudadana en la democracia y sus instituciones, sería no renunciar en estos momentos, porque España hoy no se puede permitir inestabilidad política y freno a las políticas efectivas para contener el desastre en el que estamos sumidos. Pero debería, en este debate del estado de la Nación anunciar, que no se presentará como candidato a los próximos comicios y que, finalizado su mandato, se pondrá en manos de cualquier instancia del Estado y de la ciudadanía que le demande explicaciones acerca de todo aquello sobre lo cual se extiende esa sombra de duda.

No estaría mal que S.M. el Rey abdicase en favor de S.A.R. el Príncipe de Asturias, dados los acontecimientos que sin duda han dañado de manera irreparable la institución monárquica. Si bien, nosotros, por coherencia lógica, demócratas, partiendo de la idea de una sociedad de seres humanos libres y en consecuencia, iguales y por tanto, ciudadanos, que no súbditos, ergo con los mismos derechos políticos y civiles, proclamamos que la República es la forma de Estado de una sociedad así concebida,  entendemos, también, que España, hoy por hoy, y dadas las circunstancias, no está para aventuras que puedan despertar viejos fantasmas –guerra civil- toda vez que, por desgracia, el republicanismo ha sido fagocitado predominantemente por una izquierda trasnochada y fanatizada que, en realidad, cuando habla de República, tiene instalado en su mente ese tipo de repúblicas populares que no son otra cosa que el coto de la cúpula del partido único.

No estaría mal, tampoco, la renovación total de los dirigentes de los partidos políticos. Pero no sobre la base de argumentos superfluos, como aquellos que oímos acerca de dar paso a las nuevas generaciones. No. La edad, como el género (o la raza, etc.), no son en absoluto condición de capacidad intelectual para afrontar los problemas políticos y de Estado. Al contrario, la inexperiencia puede ser un factor peligroso. Lo que es necesario es que quienes dirijan un partido, sean personas formadas, con conocimiento no del politiqueo, si no de la ciencia política, de la economía, de la ética,  de la administración pública, del derecho y, sobre todo, de honestidad probada y con proyectos políticos, dentro de su margen ideológico, serios y no demagógicos. Profesionalizar la política en el sentido de colocar dirigentes formados y experimentados que, sobre todo, antepongan los intereses nacionales por encima de los de partido y por encima de los suyos propios.

Por otra parte, se oye por ahí,  quienes dicen que sería muy necesario que, oposición y gobierno, llegaran a acuerdos en diferentes cuestiones de orden político en eras de salir de la crisis. Hoy por hoy eso es un error. Lo es,  por ser una medida del todo insuficiente. La única medida que la ciudadanía recibiría con esperanza y la única medida que permitiría la gobernabilidad sin conflictos y sobre todo, para desarrollar una política verdaderamente eficiente, es un gobierno de concertación nacional, con todas las fuerzas políticas significativas (y un vez hecha la limpieza correspondiente en partidos e instituciones). Éste debería ser el anuncio definitivo que debería producirse en este debate del estado de la Nación. La situación lo requiere (y lo está pidiendo a gritos). Pero, además, en este debate debería aprovecharse  para proponer cambios estructurales reales en la organización del Estado, la ley de partidos y la ley electoral, porque no se puede seguir diciendo que vivimos en un Estado democrático, cuando los ciudadanos solo tienen, en resumen y de hecho, solo un derecho político (votar si o si a los de siempre cada cuatro años). Es necesario que cualquier ciudadano pueda presentarse candidato, sin necesidad de estructuras partidistas que son barreras, sin los obstáculos de avales, con programas y proyectos que puedan llegar a la ciudadanía. Es necesario reorganizar la sociedad civil para que el peso de las organizaciones ciudadanas sea significativo en la vida política. En definitiva, avanzar, profundizar en el camino de la democracia.

Es necesario, también, tomar las medidas efectivas para lograr lo más elemental de un sistema democrático, la total independencia del poder judicial sin injerencia alguna del resto de los poderes del Estado. Será la primera medida para que la ciudadanía vuelva a creer en la justicia. Por el contrario, la sospecha de que se trata de una herramienta para machacar al contario cada vez que se llega al poder, no desaparecerá de la mente de los ciudadanos.  

Pero, lo más importante en estos momentos, es plantear  en este debate del estado de la Nación,  medidas claras encaminadas a resolver el problema de financiación necesario para construir ese tejido productivo que permita el crecimiento económico y la absorción de los 7 millones de parados que hoy están condenados al desarraigo social, a la muerte social.

Me temo que el debate que va a ser planteado será el de costumbre. Cruce de acusaciones para ver qué rédito político podrán sacar los de siempre… La casta política se está así suicidando. Me recuerda dos hechos históricos: La discusión de los bizantinos acerca de cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler, mientras los ejércitos turcos tomaban las murallas de Constantinopla. O las banales preocupaciones y ocupaciones de una aristocracia decadente (entre caza, joyas, fiestas, palacios y espectáculos), a espaldas de la miseria del pueblo,  mientras se alzaba ante sus ojos, sin percatarse, la más grande de las revoluciones históricas, la revolución francesa. Pero ¡Cuidado! Los hechos sangrientos se llevan por igual tanto a María Teresa de Saboya-Carignano  (la Princesa de Lamballe), como a Robespierre. Y sobre todo, al pueblo que sigue y seguirá sufriendo.

MIGUEL HERNÁNDEZ MONTERO

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