martes, 23 de junio de 2009

Al hilo de las elecciones al parlamento europeo

Hagamos algunas valoraciones y consideraciones en torno a los resultados electorales del 7 de Junio.

Ni la judicialización de la política, pecado de los dos grandes partidos, esparciendo la basura de los otros, sin proponer un proyecto serio en las diversas materias que competen en política, para Europa y para España. Ni por tanto, la falta de programas claros, realistas y factibles. Ni estar en medio de una feroz crisis económica, sin frenos eficaces. Ni la mala gestión de un gobierno, primero ciego (o que ha querido cegarnos), perdiendo así un tiempo valioso para afrontarla. Ni las previsiones de paro (ahora lo sabemos, que alcanzarán a corto plazo un 19,5%, el más alto de Europa). Ni el mal enfoque del problema. Ni la peor gestión de las insuficientes y hasta inadecuadas medidas paliativas. Ni la enorme falta de moral y de limpieza democrática del gobierno para con los ciudadanos, intentando con mala fe y recursos torticeros, engañar sobre la mala situación, intentando ocultar o frenar la información de los desastres, que el Ejecutivo es incapaz de abordar. Nada de eso, repito, ha conducido a un especial y masivo desencanto del electorado que haya conducido a los niveles de abstención alcanzados (un 54% del electorado). Si se comparan estos datos de abstención con los de las elecciones europeas de 2004, podemos observar que, incluso, la de esos comicios fueron ligeramente mayores (54,86%).
Por tanto, el voto de castigo al gobierno no ha provenido especialmente de la abstención. En realidad, para la larga lista de desatinos gubernamentales enumerada líneas más arriba, los 708.621 votos perdidos por el PSOE en estos comicios, demuestra la rigidez de los hábitos, las huellas de una guerra civil que, en forma de fijaciones traumáticas, bien alimentadas y sostenidas por algunos partidos victimistas, operan de manera muy efectiva en la psicología del votante. Ahí también debemos encontrar en buena medida el origen de esa rigidez en los hábitos del voto porque, en efecto, en España, pocos son de derechas o de izquierdas por convicción, producto de reflexión serena y desapasionada. En España se vota a la izquierda y a la derecha por visceralidad. Permítanmelo decirlo (me duele), por odio de una mitad de España a la otra mitad de España. Y por ello, en definitiva, sufrimos la esclerotización política del electorado español. Si no hubieran pesado estos factores, los resultados habrían supuesto una pérdida para el gobierno mucho más significativa de lo que en realidad se ha dado.

En paralelo a estas observaciones, no deja de ser triste la cifra reiterada de la abstención.
Es un indicador clarísimo del fracaso por interesar al ciudadano en los asuntos de los partidos (nótese que no digo en los asuntos políticos). Y este fracaso es doble cuando no sólo se batía el control del Parlamento europeo, si no que, estas elecciones, en España, significaban la expresión del descontento de la ciudadanía por un gobierno.
Pese a la victoria del PP y al incremento general de votos de los partidos, ninguno ha sabido, ni ha podido aglutinar en torno a sus respectivos programas, a ese sector que viene expresándose a través de la abstención. La cuestión es alarmante, porque refleja la falta de credibilidad en la clase política y ello se trasmite hacia todas las alternativas.

UPyD ha crecido notoriamente, pero no logra atraer a todos esos decepcionados. Es verdad que el bloqueo mediático, el silenciamiento al que es sometido este partido y el desprestigio al que le quieren someter, tanto unos como otros, juega un papel importante a la hora de obtener votos. Como también lo juega el “habitus” del electorado español, amansado entre el voto útil, el odio al partido contrario, como herencia de una guerra civil que aún juega su papel (sobre todo cuando se insiste en recordarla) y que ha venido reforzando y facilitando la nada democrática bipolarización ideológica.

La abstención y la escasa variabilidad en el sentido del voto (que se confirma incluso en el voto en blanco) no es nada halagüeña.
Sin caer en la autocomplacencia ridícula de personas como la Vicepresidenta Fernández de la Vega, o la Secretaria de Organización del PSOE, Leyre Pajín, hay que decirlo: la derrota del PSOE no ha sido de la magnitud que cabía esperar ante hechos tan preocupantes como los antes mencionados.
Y conviene recordarlos, porque son muchos y muy serios: La judicialización de la política que, como ya he indicado, afecta por igual a los dos grandes partidos, tanto en lo se de refiere a la corrupción, como a lo que se refiere a malas, vulgares y pervertidas prácticas estratégicas para ganarle las elecciones a sus opositores. No de otra manera se puede calificar convertir la sospecha en condena, o buscar intencionadamente en las cloacas para destapar convenientemente las faltas del oponente. Un buen ejemplo de todo esto son los casos Chávez y Camps respectivamente. No otra cosa, ni otra intención tiene la imputación hecha al Presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia, Francisco Camps, en torno a la trama de corrupción masiva que lidera Francisco Correa y que puede implicar a otros dirigentes de su partido. O el intento de linchar políticamente a Manuel Chávez, acusándolo (sea verdad o mentira) de aprobar, cuando aún era Presidente de la Junta de Andalucía, una ayuda de más de 10 millones de euros para Mina de Aguas Teñidas (Matsa), empresa en la que era y es representante legal Paula Chávez, su hija.

Acusaciones y contra acusaciones se cruzan sin cesar con el propósito de desprestigiarse mutuamente. El caso Tomás Gómez y Esperanza Aguirre es otro de los ejemplos paradigmáticos de lo que decimos. Gómez acusa al PP y a Esperanza Aguirre de "intentar esparcir su basura hacia todos los sitios," refiriéndose, entre otros casos, a la supuesta trama de espionaje, acusando al gobierno de la Comunidad de Madrid de querer "echar tierra encima" de la Comisión de Investigación en la Asamblea de Madrid, cuando la justicia misma ha desestimado el caso. O cuando el propio Tomás Gómez acusa a Esperanza Aguirre y a su consejero, el Sr. Lamela, de haber emprendido “una campaña de acoso y derribo” contra unos profesionales médicos a quienes, según propias palabras, “se intentó destruir su carrera” (el caso de las sedaciones del Severo Ochoa). No importa que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid haya desestimado la reclamación del ex coordinador de Urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, Luis Montes (y de otros 40 médicos), en su litigio con la Comunidad por el caso de las sedaciones en 2005. La estrategia de Gómez es “echa basura, que algo queda”. Y la oposición ataca, no por amor a la verdad y la justicia. Lo hace con el mismo espíritu y con el mismo sentido revanchista. No tardaron en acusar al Secretario General de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, de haber otorgado suelo en Parla a empresas que colaboraron económicamente con su Ayuntamiento y el PSOE local para financiar actos socialistas, durante su etapa como Alcalde de este municipio. Tampoco tardaron en destapar que las obras del Palacio de la Prensa, donde se ubicará la sede del PSM, se están realizando de forma ilegal y sin el visto bueno del Ayuntamiento de Madrid, y que el edificio actual, que aún ocupa la sede, tampoco tiene en regla sus papeles.
La falta de argumentos y de contenidos en sus programas, capaces de ser convincentes para el ciudadano y la invasión de gente con muy poca categoría intelectual y ética ocupando cargos dirigentes de los partidos, conduce a este tipo de discursos y convierte la tribuna política en la imagen folclórica de una corrala de finales del s. XIX (pero sin las formas zarzueleras de Chapí o Bretón). Tampoco UPyD se ha salvado de la tergiversación, la difamación y ese “echar mugre que algo queda” (principio elemental de la estrategia de Tomás Gómez). Desde los dos grandes partidos ha existido un insistente discurso para despreciar, desvirtuar e intentar deslegitimar a UPyD, llegando a calificar a esta formación política, que por ahora representa a 449.499 ciudadanos, de chiringuito, refugio de fracasados en el PP y en el PSOE ¡Vaya respeto a los ciudadanos! ¡Y vaya talante democrático desmerecer una opción política legítima y que surge, precisamente, como alternativa al chalaneo y la corrupción!

Como decía, al margen de las malas artes y las innobles intenciones con que se han mordido, como perros hidrófobos, los miembros de las dos facciones políticas más fuertes, los hechos con que se atacan no dejan de revelarnos la podredumbre, corrupción, mal hacer, la falta total de consideración e incapacidad manifiesta en quienes nos gobiernan y en quienes, desde la oposición, pretenden gobernarnos. Como si todo lo enumerado fuera poco, a escasas horas de la convocatoria a elecciones, se sumaron dos nuevas informaciones que, como las anteriores, no debieron repercutir como el revulsivo necesario a tanto despropósito: Los improcedentes gastos de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega y la entonces Secretaria de Estado de Cooperación, Leire Pajín Iraola que, en su periplo africano, llegaron a reservar dos suites y 72 habitaciones, sumándose a un gasto que, la propia Secretaría de Estado de Cooperación Internacional, estima muy superior al dinero que España anualmente destina en ayudas al desarrollo de Kenia y Mozambique (los dos países visitados).
Tampoco se han tomado en cuenta las mesiánicas declaraciones de la ahora Secretaria de Organización del Partido Socialista Obrero Español, la sempiterna Leire Pajín Iraola: "Les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos liderazgos progresistas a ambos lados del Atlántico -la presidencia de Obama en Estados Unidos y la presidencia de Zapatero en la Unión Europea en tan solo unos meses- Estados Unidos y Europa, dos políticas progresistas, dos liderazgos, una visión del mundo”. Evidentemente el problema no está en felicitarse que dos gobernantes del mismo signo ideológico (que en este caso está por discutir), coincidan en el tiempo, si no en la forma de decirlo, que recuerda los discursos místicos del Nacional Socialismo en torno a la figura de Adolf Hitler y del fachismo en torno a Benito Mussolini. Esa asociación de lo cósmico que sugiere la palabra “planeta,” con la grandilocuencia de “histórico,” subliminalmente conduce a recubrir de sentido sobrenatural, divino y por tanto, dotado de verdad absoluta, incontestable, el poder y la posición de estos señores (¡Qué feliz habría sido Jacque Benigne Bousset teniendo por discípula a Leire Pajín Iraola, aunque, a ésta última, le falten las dotas de oratoria de aquel!)


Y sin embargo, todo esto no ha supuesto la quiebra del PSOE en la magnitud que cabría esperar. Tal vez porque a este nivel, el PP está igualmente podrido. Y por ello, precisamente, tampoco termina de superar en votos de una manera incontestable al partido de Gobierno.
Pero no nos engañemos. No es ni la corrupción, ni la incapacidad manifiesta existente en ambas formaciones políticas, el único factor que explica la abstención y la escasa variabilidad en el sentido del voto. Ni la terrible crisis económica, agravada por una mala gestión, ni la torpe imprevisión en torno a ella. Ni los nefastos augurios acerca de los niveles de paro. Nada de esto ha hecho variar sustancialmente el comportamiento electoral que venimos señalando. El inmovilismo y los hábitos son difíciles de romper. Y como he dicho líneas más arriba, está claro que el voto español no depende ni del buen o mal hacer, ni de las coyunturas. Estamos enquistados en el trauma de las dos Españas.

Ahora bien. No obstante todo lo argumentado hasta aquí, creo que algo se mueve. Es posible que estemos asistiendo al inicio de la desestructuración de esta esclerosis electoral. El verdadero voto de castigo al gobierno se ha instalado fundamentalmente en el voto en blanco, cuyo volumen supone un 31% del número de votos perdidos por el PSOE en estos comicios. Y no se trata del sector de indecisos, cuyo voto es el que tradicionalmente define la balanza del triunfador, porque esta vez, ese sector, otorgó su confianza al principal partido de la oposición (esos 221.823 votos que ha obtenido el PP por encima de los anteriores comicios y que representa otro 30% aproximado de las pérdidas de votos del PSOE).
Hemos de inferir que, quienes votaron en blanco proceden de la izquierda descontenta. Por eso no nos satisface. Ya que votar en blanco supone reiterar la esclerosis, en la misma medida que ello, si bien expresa la desaprobación a la gestión del gobierno, también, a la vez, sostiene la idea de no dar jamás el voto a ninguna otra opción. Y ello sucede cuando se tiene en mente que, cualquier otra opción es “enemiga” o fortalecería indirectamente al “enemigo”. En democracia no cabe pensar en esos términos de las otras opciones políticas. Sigue pues siendo un síntoma de nuestra enfermedad.
Pero también de esa izquierda descontenta proceden los votos obtenidos por UPyD. Y ello es lo que permite una pequeña luz de esperanza en relación al cambio de mentalidad que debe operarse en el comportamiento electoral de la ciudadanía, como síntoma de ser capaces de superar su trágico pasado. UPyD gana 145.964 electores más con respecto a los comicios del 9 de marzo de 2008 (20% de las pérdidas del partido gobernante). Y estos votos no salen del PP, ni de otros partidos porque, a poco que se observan los resultados, todas las formaciones políticas que han participado en estas elecciones, salvo IU y PSOE, han ganado votos con respecto a los anteriores comicios europeos. Lo esperanzador, pues, es que las pérdidas sufridas por el gobierno, indican, aunque aún tímidamente, el hartazgo de la ciudadanía, que ya no quiere emitir solo votos útiles, que no solo se inhibe impotente mediante la abstención, que no solo manifiesta su descontento a través del voto en blanco, que no se entrega sumisa y desesperada al bipartidismo. Esta vez se anuncia un voto más repartido. Cierto que se trata solo de un indicio de tendencia y que puede ser efímera. Pero se ha dado.

Pero, de ser cierto lo que venimos indicando, la responsabilidad de las alternativas es enorme. No pueden ni desencantar, ni defraudar al ciudadano. Y no se trata solo plantear programas capaces de solucionar los problemas del presente, prever los del futuro y construir un mañana óptimo. Se trata, al mismo nivel de importancia, de regenerar la vida política y devolver la confianza de la ciudadanía en los servidores públicos. Ello conduce de manera inequívoca por distanciarse de los modos y estilos que vienen dominando el discurso político. Erradicar de él esa estrategia que ha consistido en no plantear argumentos, ni proyectos, ni soluciones, sino una constante diatriba, crítica demoledora a todo lo que hace el “otro”, aunque sea bueno, solo porque viene del otro. Si queremos hacer un cambio en las formas de hacer política, ésta es una de las cosas que deben ser erradicadas porque, además, suponen un desprecio a la inteligencia ciudadana y por qué no decirlo, a su elegancia de espíritu.
Para las personas que no vivimos airadas, ni radicalizadas, ni encadenados a fantasmas del pasado, anclados en el odio y el resentimiento. Que tratamos de racionalizar, y mantener esa prudente incertidumbre, que evita dogmatismos, porque sabemos que no existen absolutos, una de las cosas que nos han alejado y hecho perder la confianza y la credibilidad en los políticos al uso, y en los partidos tradicionales, y en lo que defienden y atacan, es precisamente ese evidente afán de aplastar al “otro”, sin concesiones, no ya a sus defectos, sino a base de no reconocer sus claros aspectos positivos. Esa pasión, o estrategia, les resta credibilidad.

Hubo un sociólogo que me argumentaba las bondades de esas mezquinas, bajas, rastreras e innobles maneras de hacer política, sobre la base de una perspectiva del realismo inmediato, o lo que es lo mismo, el objetivo de alcanzar éxitos a corto plazo, aunque ello suponga aniquilar el futuro. Decía que, el beneficio obtenido con estos procedimientos, puesto en balanza, daba más votos y simpatizantes que una noble conducta de reconocimiento de la labor bien hecha del “otro”.
Eso supone partir de la idea que la inmensa mayoría de la sociedad es de espíritu zafio e innoble.
No voy a decir si esto me lo creo o no me lo creo. Quienes en política han actuado de esta manera, se han mordido como perros rabiosos por un puñado de votos de aquí y de allá. Y por fuerza, hasta ahora, han podido ganar porque, sin más contendientes que ellos mismos (del mismo estilo y mismas maneras, aunque con corbata de diferente color), la población no ha tenido más opciones.
De ahí que es tan necesario en estos momentos que el proyecto que encarna UPyD, alzándose como una alternativa de regeneración de la vida política, se mantenga firme y logre el mayor de los apoyos. Creo, o quiero creer, que la sociedad española comienza a despertar y que no es esa masa zafia y falta de espíritu reflexivo que creen algunos políticos. La existencia misma de UPyD abriendo brecha, obteniendo, en apenas dos años de existencia, 449.499 votos, convirtiéndose en una importante formación política, (la tercera fuerza política en muchas ciudades) es un síntoma de cambio. Alguien dijo que ha pasado de ser una anécdota política coyuntural, a ser una anécdota política duradera. Creo, sinceramente, que por sanidad democrática debería ser considerada más que todo eso.